La vanidad de cosas que pasan y dejan ya de ser, consume nuestros pensamientos viciosamente. El camino se hace largo y tedioso. Cada paso se hace pesado por la arena desértica del sendero que nos ha tocado caminar. La vida no es fácil; la tristeza nos aparta del gozo y de la celebración. ¡Mis huesos se consumen! Detrás de las sonrisas, en la sombra de mis carcajadas, se encierra un dolor profundo. ¿A dónde se fue mi amada?  Mi corazón vulnerable se entregó a ciegas a tierras extrañas; a la ciudad que solo te acepta en base a lo que tienes y no en base a quien eres. Amor con condiciones que corre en la tribulación y se esconde en lo difícil. Ese amor devoró por un tiempo mi propósito y mi identidad.

            Mi vida ha sido una tragedia, una constante batalla y un balde de fracasos. Sin Dios seguramente la muerte seria atractiva; sin mis hijos; las luces de mis ojos… ¿para que vivir? El Salmista dibuja con sus palabras los sentimientos de mi corazón cuando dice:

“Me he consumido a fuerza de gemir;
todas las noches inundo de llanto mi lecho,
riego mi cama con mis lágrimas.” (Salmo 6:6)

            Nadie sabe, solo Dios quien me fortalece. Jehová de los ejércitos azota la depresión que me roba la esperanza. Jehová, el que aterroriza las naciones, se levanta como soldado fuerte y hace polvo las palabras que han afectado mi espíritu; las palabras que como borrador gigante han insistido en anular quien soy llamado a ser en Cristo.

            Dios se hace real en los desiertos; es Él quien nos cubre con la nube de su gloria que nos protege del calor insoportable del sol de la mortificación. Es Dios el que con la misma nube de su gloria nos regala una sabana gigante de amor que aparta el frío de las noches de congoja.

             Como contradicción a los oídos del mundo, como cosa inentendible a los extranjeros de tu amor, hago eco al salmista cuando declara:

“Bueno me es haber sido humillado,
para que aprenda tus estatutos.” (Salmo 119:71)

            Sí Jehová, porque te ha placido compartir tu santidad conmigo y crear un corazón que anhela tus formas de vivir. La aflicción me acercó a ti. La santidad abre mis ojos y prepara mi alma para verte cara a cara. Oh Jehová, porque si algún día te veo, porque si algún día puedo abrazarte como abraza un niño a sus padres, que venga entonces el dolor, que se haga mi vecina la aflicción. Me rindo ante ti Santo Padre; aprieta mi corazón con tu mano fuerte y remueve con violencia toda la putrefacción en mí que no te agrada.

            Me esperan las calles de oro; uniré mi voz, cuando el día venga, al cantar de los ángeles. Veré a los grandes en tu Palabra, pero incomparable será el momento cuando te veré a ti oh Padre amado.

            Soy libre en mis cadenas, saciado en mi sed y alimentado por tu presencia, aún en mi hambre, por las cosas que anhela mi alma. Me lleno de ti; mis ojos encierran tu mirada, mis labios hablan tu verdad y mis oídos siempre atentos a la dulzura de tu voz. El sueño comienza a seducirme; la paz de Dios hace su entrada triunfal… Una vez más Dios ha sido mi escudo y el que levanta del lodo mi alma.


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