La pregunta parece superficial y rutinaria; más en realidad es profunda, más profunda que las profundidades del mar. ¿Cómo estás? “Bien”, contestamos siempre! Quizás los más espirituales contestan, “bendecidos” o, “en victoria”. Pero, ¿Cómo estoy verdaderamente? ¿Cómo me siento en realidad?
Quizás el que pregunta, tan siquiera le interese la respuesta sincera a la pregunta. ¿Cómo estás? se ha convertido en sinónimo de un saludo y no la intención de saber la verdad. ¿Cómo estás? Mas tan siquiera esperan por una respuesta; en verdad, la respuesta no les importa.
Vivimos en un mundo de mucha pretensión e hipocresía; constantemente pretendemos ser lo que no somos y expresamos sentir lo que no sentimos. Los medios sociales han contribuido grandemente a tanta superficialidad. Todo el mundo contento, todo el mundo riendo, todo el mundo pasándola bien.
Expresamos nuestro amor y nuestro odio con teclados de computadoras o, utilizando nuestros teléfonos; mientras ignoramos con esos mismos instrumentos tecnológicos, aún a los que viven bajo nuestros propios techos. Así de hueca está nuestra cultura actual, así de hueca nuestras relaciones. Y aún peor, los medios sociales se convierten en nuestro Dios y guía; ahí es que la gente escribe sus preguntas; preguntas que deberían estar haciéndole a Dios en oración en sus lugares secretos.
Alguien de la misma familia o algún amigo o tu mismo dices: “Cheese” para provocar sonrisas fabricadas para la foto. No las pasamos buscando “Likes”, comentarios y “Shares” en las redes sociales… esa es nuestra vida. Vidas egoístas, centradas en nosotros mismos. Todo el mundo tan contento y tan feliz, todo tan perfecto. Mas la realidad es pura miseria.
La respuesta sincera la conoce Dios o quizás un amigo verdadero o quizás una madre, la cual aún en tu silencio puede ver la tristeza que ocultas detrás de tus sonrisas y aún carcajadas. ¿Cómo estás? “Bien” aunque el matrimonio se esté destrozando! ¿Cómo estás? “Bien” aunque mis hijos no quieren saber de mi, aunque perdí el trabajo, aunque me siento irrelevante, aunque la familia entera, si fuera sorprendida por el Ángel de la muerte se quemará en el infierno por toda eternidad, no importa… “¡estoy bien!”.
¿A dónde se ha ido la sinceridad? ¿A dónde se fue la transparencia? Entonces nos preguntamos, seré yo el único que no me siento… bien? ¿Seré yo el único que me siento desamparado, sin influencia, sin propósito, como una voz que se pierde en la inmensidad del desierto?
Así pasan los días y en uno de ellos descubrimos que se divorció este que se veía tan feliz con su esposa en Facebook o, que este otro se quitó la vida al perder sus batalla con la depresión. Luego, no podemos creerlo, porque siempre que preguntamos ¿cómo estás? siempre dijo… “Bien”
Y tú, ¿cómo estás?
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