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La Iglesia está llamada a ser una familia. La Iglesia no es un lugar a donde vamos los domingos y luego cada uno por su lado, la iglesia no es una actividad o recaudación de fondos para edificios, grupos de alabanzas y púlpitos. La Iglesia es lo que somos. Hermanos, estamos llamados a amarnos los unos a los otros (Juan 13:34). El mundo conocerá que somos discípulos de Cristo precisamente por ese amor (Juan 13:35). Este es un amor fraternal, esto quiere decir un amor profundo, intimo, de amistad y de mucho cariño. Es este tipo de amor un vehículo que produce cambios verdaderos en nuestras vidas. Primera de Juan 4:12 nos dice, …Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros.” (RVR 1960) 

¿Sabes por qué no se ven muchos cambios en el carácter de nuestros hermanos y hermanas en la Iglesia? Porque desobedecemos a Dios en este mandamiento de amarnos los unos a los otros. Es en este amor, en este precioso acto de obediencia, que el amor de Dios se perfecciona en nosotros. 

Estamos llamados a llevar las cargas los unos por los otros (Gálatas 6:2), pero estamos ocupados pretendiendo que somos lo que no somos. Nos ponemos máscaras domingo tras domingo y nuestras relaciones son tan superficiales que no tenemos ni la menor idea de que el hijo de este batalla con homosexualismo. De que el hijo de este otro tiene una adicción a cocaína. De que esta otra está en adulterio. De que este matrimonio que se ve tan bonito está al punto del divorcio. Que este hombre tan serio que siempre se sienta atrás tiene un problema severo de alcoholismo. Que este hombre que se ve tan profesional tiene una adicción a pornografía, etc. etc. etc. 

¿Quién en tu Iglesia tan siquiera sabe de tus cargas? Si somos honestos debemos aceptar que no sabemos NADA sobre la vida de los que se sientan con nosotros en un edificio domingo tras domingo. Esto es desobediencia a Dios, a nuestro llamado a ser familia. 

Estamos llamados a darnos preferencia los unos a los otros (Romanos 12:10). Cuando celebras los cumpleaños de tus hijos, ¿a quien invitas? Cuando tienes fiesta en tu casa ¿a quien invitas? En Acción de Gracias, en Navidad, ¿a quien invitas?  Filipenses 2:3 nos dice “… con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo.” (RV 1960) 

Cristo nos dio el ejemplo de lo que es verdaderamente la familia del creyente; sus discípulos eran su prioridad; no era una cuestión de reunirse solo los domingos o de solo verse en reuniones de líderes. Cristo compartió su vida con ellos y los consideraba familia por encima aún, de su propia familia. En Mateo 12:46-50

Mientras todavía hablaba a la gente, he aquí su madre y sus hermanos estaban afuera, buscando hablar con él. 47 Y alguien le dijo: —Mira, tu madre y tus hermanos están afuera, buscando hablar contigo. 48 Pero Jesús respondió al que hablaba con él y le dijo:—¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? 49 Entonces extendió su mano hacia sus discípulos y dijo: —¡He aquí mi madre y mis hermanos! 50 Porque cualquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre. (Reina Valera Actualizada – 2015)

Hermanos, ¿cómo se puede expresar ese tipo de amor, de hermandad y de compromiso los unos a los otros en la estructura Constantina de la Iglesia de hoy día?  ¡Imposible! Estamos llamados a ser una familia buena, una familia visible, que el mundo puede ver y admirar; pero no entendemos lo que somos como Iglesia. Nos escondemos los unos de los otros, no queremos que nadie sepa de nuestras batallas, pecados o aún tentaciones. Vivimos alimentando una de las cosas que Cristo odia más, la hipocresía. Somos familia, no miembros.

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